Martes, 26 Diciembre 2017 10:42

La relación del pediatra con los padres asegura el éxito de la terapia

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Situaciones que todo especialista debe enfrentar a diario en un escenario cada vez más variante.

Cada niño es el síntoma de la funcionalidad de su familia. La dinámica entre los padres y sus pequeños, individualmente o en equipo, facilitan o empeoran tanto el proceso de diagnóstico como el tratamiento y los cuidados necesarios para su recuperación. Si consideramos que todo esto es complejo deberíamos entender que la inserción del pediatra en estos procesos transforma el sistema de conservación de la salud del menor en un engorroso detalle de comunicaciones que puede convertirse en factor protector o en un agravante que retrasa o empeora la situación de enfermedad de nuestro paciente.
En este artículo intento describir las características que promueven una relación proactiva entre el pediatra y los padres, que le permita sino ser ese ángel que esperan, por lo menos constituirse en la persona que canalice la energía de amor fraternal en la recuperación del equilibrio homeostático del niño.

Un caso de aquellos.
Llega a la consulta un pequeño de 4 años sumamente alérgico que se enferma cada 15 días con procesos respiratorios que incluyen rinorrea persistente de varios días o la presencia de tos paroxística acompañada de vómitos e incapacidad de alimentarse. Las visitas frecuentes a los pediatras de la ciudad desaniman a la madre sobre los tratamientos instaurados hasta el momento y la facultan para conceptualizar a los pediatras como “ineptos” o “ineficaces”.

El padre ausente labora a unas horas de casa y llega casi siempre sólo a descansar, pero se encuentra frecuentemente con las quejas de la madre agotada por la atención de un niño que consume sus energías y recursos. El ambiente de hostilidad y reto entre ellos se agudiza por la tristeza del niño ante la ausencia del padre.

El pediatra entiende que la recurrencia del proceso implica un déficit en el estudio del proceso de salud y enfermedad del menor, y realiza procedimientos de diagnóstico para conocer a su paciente. El diálogo con la madre necesita un mensaje de esperanza e información de lo que significa presentar un trastorno que tiene casi 50 % origen genético y herencia comprometida. El especialista debe comunicar la situación y explicar que la enfermedad cobra mayor fuerza al compartir ambos padres similares características genéticas, lo que por supuesto resulta en un individuo con mayor riesgo de enfermar en un medio ecológicamente alterado y en escenarios comunes en ciudades de la costa del Perú.
Es entonces cuando el pediatra le sugiere a la madre reunirse tanto con ella como con su esposo y hacerlos a los dos partícipes de la atención que reciba el niño, para que éste perciba, interprete y reciba el cuidado de ambos, lo que generará un factor protector para el niño y la madre, cuya inseguridad aumenta cuando el padre no está, lo que no le permite proteger adecuadamente a su hijo.

Si la madre enfoca estas oportunidades como situaciones de interés personal para obtener más atención del padre estamos en serios problemas porque esta madre inconscientemente permite sin darse cuenta que su hijo enferme por este déficit de atención con el padre y con el pediatra. Este puede no darles importancia a estos detalles, pero si tiene las conversaciones y los diálogos correctos promoverá que la dinámica entre los padres mejore. Con la ayuda de un terapeuta podrá mejorar los procesos de salud y enfermedad de su niño.

Para considerar.
Los hogares de padres separados o los hogares ensamblados son otro caso complicado en que el pediatra debe actuar promoviendo la comunicación asertiva y directa entre ellos con el objetivo de promover actitudes de salud para los niños. La madre que acude con los padres distintos de sus hijos a la misma consulta es una situación más frecuente que hace 20 años. El impacto que una separación genera en la salud de los hijos aún no ha sido medido, pero hace más difícil el tratamiento del menor. El pediatra debe promover la comunicación en todo momento aun cuando eso requiere el apoyo de un terapeuta. Estas personas aprenden a relacionarse de otra forma por el bien de los hijos y ahora se puede ver más frecuentemente que antes el éxito del trabajo en equipo de padres separados compartiendo la responsabilidad de los hijos. El respeto es indispensable en los acuerdos de tratamientos que deben cumplirse para beneficio de los niños. Verificar el cumplimiento de los tratamientos en comunicación con ambos padres a través de las redes sociales brinda tranquilidad a ambos padres en el seguimiento del caso.

Evaluaciones frecuentes

El proceso diagnóstico y el tratamiento deben ser seguidos por el pediatra a través de evaluaciones frecuentes y necesarias para darle seguridad a los padres de encontrarse en el camino de la recuperación. Indicar un antibiótico ya no es la medida que brinde la seguridad de una mejora, pues además de la resistencia a los antimicrobianos que son variables; los grados de compromiso alérgico, provocan que sea distinto realizar un seguimiento a una niña con hipertrofia adenoidea severa que tiene otitis media recurrente que citar a control a un niño con una faringitis estreptocócica. El pediatra puede usar los medios informáticos si es necesario para garantizar el cumplimiento de las indicaciones y las decisiones que deban tomarse de presentar complicaciones o los efectos colaterales del uso de los medicamentos indicados.

En este sentido creemos que un pediatra no puede asumir la responsabilidad de cuidar un número ilimitado de pacientes en forma adecuada. Es racional decidir por un grupo definido de niños y sus familias, lo cual debe ser cuidadosamente monitoreado por el profesional puesto que las familias hoy requieren no solo una receta que pudiera milagrosamente mejorar la salud de un niño por mucho tiempo, sino el compromiso de asumir a un paciente por el tiempo que necesite hasta que crezca y con una mejor inmunidad y estado físico tenga acceso a mejores niveles de vida y experiencias.

El pediatra que no entiende esto puede cometer errores importantes por negligencia o ausencia en el rol protector que nos corresponde y no solo sufrir las consecuencias económicas de las demandas de nuestras familias, sino sobre todo llevar en la conciencia el peso de no haber estado presente en la vida de nuestros niños y seguir adelante a pesar de eso.

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Dr. Juan Antonio Cassinelli Centurión

Médico Pediatra
CMP 032002

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